EXPLOTACIÓN INFANTIL
Las sociedades están compuestas de personas y las personas, cada individuo son los que forman la sociedad. Cuando hablamos de injusticia social todos pensamos en que los responsables de estas injusticias son otros y que nada tenemos o podemos hacer para que los sistemas cambien, esto de los sistemas es algo tan complejo tan complicado que cada persona como individuo se siente ajeno al problemática, pero sin duda todos somos piezas del engranaje, y me explico:
¿Cuántas veces antes de ponerme una prenda, o incluso de comprármela, o cuántas veces antes de comer esto o aquello o simplemente comprar esto o aquello me paro a pensar de dónde viene? Si lo pensamos por un momento nuestra reflexión pasa a ser “mejor ni lo pienso porque si lo pienso ni como, ni me visto, ni hago nada”. Y claro así seguimos hacia delante sin salirnos del camino que está perfectamente trazado por la sociedad consumista en la que estamos inmersos.
Ya que hemos tenido la suerte, porque no es otra cosa más que suerte; de haber nacido en una sociedad de las que se autodefinen “desarrolladas” aprovechamos las circunstancias y no nos planteamos que podemos hacer algo para cambiar el mundo. Porque claro, a nosotros no nos interesa cambiar, estamos bien como estamos, los que tienen el problema son otros.
Los que tiene el problema gordo, viven lejos de nuestras fronteras, en esos países que denominamos “tercer mundo” donde los niños no tienen problemas de autoestima, ni unos padres que se planteen si su niño se frustrará o no, simplemente están preocupados por sobrevivir. Si los situáramos en la pirámide de Maslow, no pasarían del primer nivel, su única preocupación pasa por poder sobrevivir cada día, no sólo ellos, en muchos casos sus familias.
Oir cosas como que en los países del Tercer Mundo la explotación infantil es alarmante y que está creciendo día a día, que hay niños explotados laboralmente que ganan hasta diez veces menos que un adulto; o que en el sur de Asia trabajan más de 100 millones de niños de los que un 20% hacen jornadas de 13 horas diarias por un sueldo de entre 15 y 20 euros al mes, ya no nos alarma, estamos acostumbrados. Que nos cuenten o podamos leer estos datos u otros como que en Latinoamérica 17 millones de niños entre 5 y 17 años trabajan, ya no supone nada, los oímos cuando tocan en el Día Mundial de la Infancia, o si entramos en las páginas web de instituciones que luchan por los derechos humanos de la infancia. Y lo más doloroso, los políticos hablan de vez en cuando de esto en posición de denuncia social, con el más impresionante de los cinismos porque nadie está dispuesto a mover un dedo por esto.
Claro, esta sociedad está fomentando el egoísmo de tal forma que si algún gobernante para que otros se beneficiaran tuviera que hacer que los suyos perdieran algo, seguro que pierde las elecciones.
No quiero ser catastrofista pero esta es la realidad, nos vestimos, comemos y disfrutamos incluso de un turismo que se sustenta de la explotación de los más pobres, según la OIT “el trabajo forzoso, la esclavitud y el tráfico criminal de seres humanos en especial mujeres y niños, están creciendo en el mundo y adoptando nuevas e insidiosas formas”.
El sector textil, representa más de la mitad de las exportaciones de los países del Sur de Asia y emplea a millones de niños por sueldos equivalentes a un tercio del salario base de un adulto. Además las largas jornadas y las penosas condiciones en que estos niños realizan su trabajo impiden su acceso a la educación, los agota física e intelectualmente y, al mismo tiempo, provocan en esos países graves efectos socioeconómicos, como el aumento del desempleo en la población activa, pues estos menores ocupan puestos de trabajos de la población adulta.
Pues bien esto se permite y nosotros de alguna manera somos cómplices, si no nos planteamos de dónde surge todo aquello de lo que disfrutamos, si educamos a nuestros niños pensando que ellos tienen unos derechos distintos a los de otros simplemente por el hecho de haber nacido en otro lugar del mundo o en una u otra familia, seguiremos fomentando la desigualdad y posibilitando que ni los gobiernos ni las grandes empresas adopten medidas para obstaculizar la importación de los productos elaborados en el Tercer Mundo por la mano de obra infantil.
Afortunadamente, en España, alrededor del 30% de los consumidores se manifiestan a favor del compromiso social de las empresas pero hace falta más presión por parte de los consumidores porque sólo ellos pueden hacer, podemos hacer, que las empresas cambien su política. Por tanto la concienciación es fundamental y necesaria, además de ser cada vez más urgente.
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